miércoles, 12 de noviembre de 2008

Matanzas y tortura militar

Sosa en sus inicios de tortura:
"En esos tiempos no estaba curtido y podía dudar, sentir pena por los interrogados", dijo Sosa, en una de las afirmaciones que hizo para este libro. "Pero después de varios meses los sentimientos de misericordia se van al fondo de tu ser y sólo aparecen en tus sueños, de cuando en cuando. Para entonces ya te has dado cuenta de que quien más resiste es el militante probado, el que tiene mayor fanatismo. En cuanto a nosotros, la tortura se convirtió en un método de trabajo."
Pag. 86; Capítulo 4 - La Isla de la fantasía en " Muerte en el Pentagonito"
Desentierro masivo en Los Cabitos:
"Entre la matanza de Accomarca (...) y la destitución del general Mori, el Comando del Ejército decidió desaparecer todos los cadáveres enterrados en Los Cabitos desde 1983. (...) ¿Cuántos habría bajo tierra? Por lo menos quinientos, según el personal más antiguo, pero nadie lo conocía a ciencia cierta."
Pag. 135; Capítulo 6 - La Ladrillera en "Muerte en el Pentagonito"
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Nunca sabremos qué giros dará nuestro comportamiento ante nuevas luces. Nunca sabremos cómo reaccionar a lo desconocido; lo desconocido reta a la ética. Esto podría resumir, arriesgadamente, el argumento que brindan los militares implicados en casos de violaciones de derechos humanos en el conflicto armado interno. Se encontraban ante un enemigo desconocido, nó sabía cómo era, cómo vestía o cómo actuaba. Peleaban contra sus miedos y su arma los eliminaba todos. Al menos hasta que sospecharan de nuevo.
En la primera cita podemos apreciar lo siguiente: algunos miembros militares, para cometer las atrocidades ya conocidas gracias a la CVR o trabajos como los de Uceda y Gorriti, han tenido que persuadirse a creer que no había otra salida. Además de convencerse de que, de no proceder a eliminar a los sospechosos, serían ellos los muertos.
Segunda máxima militar: lidiar con senderistas no significaba lidiar con seres humanos. El senderista no encajaba en la descripción de un humano dentro del ideario militar: era una máquina portadora de ideología programada por el fanatismo, despojada de toda alma conciente de lo realmente valedero. Un perro con rabia que debía ser fulminado sin compasión. A tal punto se llegó a interiorizar esto que ya los muertos se contaban como cabezas de ganado, hasta con cierto orgullo y, cuando causaban problemas, simplemente se los "desaparecía" como se hiciera en Los Cabitos y en el Pentagonito.
En el siguiente post, se mostrará el testimonio de un sobreviviente, sino el único, de la matanza en el penal de Lurigancho en el año 1986.
José Barreto

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